Contaba Adrian que hacía años, cuando vivía en Inglaterra, tenía un perro, un pastor alemán, creo recordar. Una tarde cuando volvió a casa, se encontró al perro jugando con el conejo muerto de sus vecinos. Era uno de estos conejos domésticos que vivía en una jaula en el jardín y que los niños cuidaban cada día.
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Y no me refiero a una puerta automática o motorizada, ni siquiera con sensores de alarma. Sino a una vulgar puerta de madera de un cuarto de baño…